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Cara se sentía desorientada, no había abierto los ojos, y sabía que estaba un tanto mareada. El frío y el olor a alcohol, subieron por sus fosas nasales. Supo que no estaba sola, porque aunque no era muy cerca, podía escuchar unas voces a su alrededor. Se sintió frustrada, ya que por más que lo intentaba, una y otra vez su cuerpo estaba tan pesado que no podía moverse.
—¡¿Cómo que el tiempo de visita ha terminado?! —exclamó una mujer con voz furiosa que le resultaba muy familiar.
—Usted puede ver que está dormida, no va a darse cuenta de que está aquí —replicó su interlocutor.
—Pero puede despertar, el doctor Méndez dijo que ella estaba recuperándose satisfactoriamente, y que en cualquier momento podía despertar —insistía la chica—. Quiero estar ahí cuando eso suceda, y usted no podrá impedirlo.
—Señorita, recuerde que solo estoy cumpliendo con mi deber —el hombre estaba perdiendo la paciencia.
—Su deber es con la ciudadanía, no debería de olvidar eso.
—Es usted quien está