Maurice estacionó el auto frente al edificio en el que había vivido los últimos años y entró sin pérdida de tiempo. Subió los escalones uno a uno, y cuando estuvo frente a su puerta se detuvo. Había llegado aquí por inercia, pero había dejado la llave del apartamento y no tenía manera de entrar.
¿De todos modos, qué hacía aquí? Se preguntó.
Al parecer, su cuerpo y su mente se habían acostumbrado a huir y llegar aquí cuando un evento importante ocurría.
¿Y qué era tan importante?
Abby, respondió su mente. Abby.
Se sentó en el suelo y recostó la cabeza en la pared mirando arriba y tragando saliva. Estar con Abby había sido más hermoso, más sublime y más fuerte de lo que se había podido imaginar. Había pensado al principio que s&oa