La tarde era tranquila. Los trillizos dormían su siesta, y un raro silencio se había apoderado de la casa. Owen e Isabella leían en el sofá, disfrutando del momento de calma, mientras Jacob revisaba emails en la mesa del comedor.
El timbre del teléfono de Jacob cortó el silencio como un cuchillo. Al ver el identificador de llamadas decía "Abuela Metiche", sonrió y respondió.
— Hola, mamá. ¿Los niños se han colado en tus sueños otra vez y necesitabas chequear que estén respirando?— con tono cariñoso — O solo es tu primera llamada del día para saber de ellos.
Pero la voz al otro lado no tenía el tono alegre y entrometido habitual. Sonaba tensa, preocupada.
— Jacob, cariño, no. No es eso. Es... el juicio de tu padre.— Voz rápida, baja
La sonrisa de Jacob se desvaneció. Se enderezó en la silla. Owen e Isabella alzaron la vista de sus libros, alertados por el cambio en su tono.
—El abogado acaba de llamar. La sentencia está casi decidida, pero... necesitan tu testimonio. Una declaración fi