Al día siguiente, fui sola a la competencia deportiva de mi hija. Al ver que su padre no venía, Luci rompió en llanto, llena de tristeza.

Desde que nació, a Jeison no le había interesado criarla, ni verla crecer. Nunca iba a las actividades familiares.

Aunque yo la había acompañado durante la carrera y ella había quedado en primer lugar, no pudo alegrarse del todo. Para un niño, la ausencia de su padre es equivalente a no ser amado.

En el camino de regreso, Luci seguía preguntándome:

—Mamá, ¿es que papá ya no me quiere?

—Mamá, esta noche es mi cumpleaños… ¿Papá va a venir?

No pude decir ni una palabra. No podía soportar ver cómo su esperanza se desmoronaba, así que le envié mensaje tras mensaje a Jeison. Después de insistirle muchas veces, por fin respondió:

«Iré al cumpleaños.»

Al ver el mensaje, me llené de alegría y, emocionada, miré a mi hija.

—Claro, tu papá va a venir.

Luci gritó de felicidad y saltó de la emoción. Suspiré de alivio. Desde que nos habíamos casado, era la primera vez que accedía a hacer el papel de padre y acompañar a nuestra hija en su cumpleaños.

Por la noche, mi hija y yo estábamos sentadas frente a la mesa esperando a Jeison. La mesa estaba llena de los platos favoritos de su padre. Luci, a pesar de no poder reconocerlo públicamente, había memorizado todo lo que a él le gustaba.

Ella lo esperó, parada en la puerta, luego sentada... hasta que, a las 11:50 de la noche, se acercó a mí, triste.

Yo lo llamé, una y otra vez, le mandé una gran cantidad de mensajes… pero no obtuve ninguna respuesta.

Sabía que volvería a fallarle a su hija.

—Mamá, papá está muy ocupado. Ya no lo esperemos —dijo Luci de la nada, mostrando un poco de seriedad, pero sus ojos delataban una profunda decepción.

Reprimí mi tristeza y la abracé con fuerza.

—¿Y si lo esperamos un poquito más?

Ella ya no quería seguir esperando. Le di un beso en la mejilla. Si no podía darle el amor de un padre, al menos podía llenarla del amor de una madre.

Celebré el cumpleaños de mi hija yo sola. A la luz de las velas, bajó la cabeza y pidió un deseo.

No le pregunté qué había pedido, pero lo sabía… anhelaba el cariño de su padre. Esa noche, ninguna de las dos volvió a mencionar el nombre de Jeison.

Después de que se durmiera, revisé mis redes sociales por costumbre y me encontré con una publicación de Zinnia.

«Hoy es mi cumpleaños y recibí un regalo lleno de amor».

La imagen mostraba a un hombre arrodillado entregándole flores y un anillo. Aunque solo se veía su perfil, reconocí a Jeison sin problemas.

Ese anillo era el que él había mandado a hacer en Francia, el que yo también quise, el mismo que, una vez, ingenuamente, le pedí que me lo diera, pero él se negó. Ahora, se lo estaba dando a la mujer que en verdad amaba. Para él, Zinnia era su verdadera esposa.

El cumpleaños de Luci coincidía con el de ella y él había escogido acompañarla en lugar de estar con su hija.

En ese instante, sentí un agudo dolor en el pecho, mientras todas mis esperanzas en él se esfumaban.

Golpeé mi pecho con fuerza para tratar de calmar la sensación. Pasó un largo rato hasta que el dolor se disipó, dejando solo una calma amarga.

Eliminé a Zinnia de mi lista de contactos.

A la mañana siguiente, el sonido de la puerta me despertó. Tomé los papeles del divorcio que había preparado de antemano y bajé.

Una vez en el comedor, vi a Jeison parado frente a la mesa, mirando el pastel con la mirada perdida.

Cuando escuchó mis pasos, volteó a verme.

—Anoche terminé muy tarde… se me olvidó —murmuró.

Me reí sarcásticamente.

¿En serio no había podido ver mis llamadas y mis mensajes?

No se le había olvidado. Lo que pasaba era que no le había importado en lo más mínimo.

Tenía a esa mujer en brazos, tan ocupado en su mundo que todo lo demás era prescindible.

Abrí el contrato de divorcio, lo puse sobre la mesa y señalé el espacio para firmar.

—Firma aquí, por favor.