"¿Sabes qué? Tienes razón, sí pertenezco aquí", respondió Álex, mirando directamente a los ojos de Florence. "¿Necesitas algo más?"
Florence torció los labios con desprecio. "Por si tu cabeza dura todavía no lo entiende, te estoy insultando, maldito muerto de hambre".
"Estamos en un país libre, señora. Puede decir lo que quiera", Álex se encogió ligeramente de hombros. "Pero eso no significa que me tenga que sentir ofendido".
"No eres más que un don nadie", escupió la mujer. "¿En serio piensas que haciéndote el indiferente mantienes tu dignidad?"
"Para mí, la pobre aquí es usted. ¿Por qué me voy a sentir ofendido por alguien que no vale la pena?"
"No tienes vergüenza", siseó Florence. "¡Ojalá desaparecieras!"
Álex esbozó una sonrisa tan fría como el hielo. "Y yo le deseo muchos años de vida... para que tenga todo el tiempo del mundo para tragarse su propio veneno".
A Florence se le encendió la cara de la rabia, se levantó bruscamente y gritó por todo el restaurante: "¡Gerente! ¿Permite