Por un breve momento, el silencio absoluto envolvió la sala.
Todos se quedaron congelados, mirando a Álex, aturdidos por la imprudencia de sus acciones.
La Señora Henny no era cualquier persona. Era un pilar de la familia Montclair, una anciana respetada cuyos cada movimiento era recibido con admiración y reverencia.
Faltarle al respeto era impensable.
Florence rompió el silencio primero:
—¿Has perdido completamente la cabeza, Álex? ¿Cómo te atreves a humillar así a la Señora Henny?
Los ojos de Henny ardían con pura rabia:
—¡Bastardo! ¿Siquiera te das cuenta de lo que has hecho? ¡Pagarás caro por esto!
Álex no se inmutó. En su lugar, enfrentó la mirada odiosa de Henny con una sonrisa fría.
—¿Quieres saber por qué?
—Tal vez deberías preguntarle a tu hija, Laura Montclair. La última vez que la vi, hizo que los militares me capturaran y torturaran. ¿No te mencionó eso?
Acercándose más, la voz de Álex se agudizó, cargada de desprecio.
—Laura está encerrada ahora, así que no puedo vengarme