En una hora, Álex se dirigió de vuelta a su clínica maltratada, su cara tallada con tensión en el momento que vio la puerta del frente colgando entreabierta, su marco astillado por fuerza bruta.
Cuando empujó la puerta chirriante a un lado, la furia explotó en sus ojos—todo el lugar yacía en ruinas, como si un huracán de violencia hubiera desgarrado cada rincón, dejando nada más que escombros y rabia atrás.
Cajas de medicina estaban esparcidas por el piso sucio, estantes volcados, viales destrozados—evidencia de intrusión violenta por todas partes.
En medio de los escombros estaba Sofía, empapada en sudor, frenética y desorientada.
Su murmullo desesperado llenó el silencio escalofriante:
—Botiquín de primeros auxilios... Maldición, ¿dónde está ese botiquín de primeros auxilios?
Los ojos de Álex se entornaron agudamente mientras la confusión luchaba con la sospecha.
De repente, Sofía divisó el kit esquivo encaramado alto encima de un gabinete de medicina golpeado.
Se subió a un taburete