—Um. —Todos se congelaron, ojos amplios, mientras vieron a Barbie caer al suelo, sangre derramándose por el piso.
Si no lo hubieran visto ellos mismos, no lo habrían creído.
Un guerrero legendario—invicto en la arena—ahora muerto por una sola bala.
Mandíbulas cayeron. Nadie podría haber visto esto venir.
Pensaron que la llegada de Barbie arreglaría las cosas. En cambio, todo se volteó de cabeza.
—¡Tú! —ladró Enrique—. ¿No tienes honor? ¿Cómo pudiste usar un arma en una pelea?
—Buena pregunta —asintió Álex, frío y afilado.
¿Por qué alguien trataría de pelear contra alguien con un arma usando sus manos desnudas? ¿Es estúpida? La mayoría de la gente huye de un arma, no se lanza hacia ella—a menos que realmente pensara que podía ganar.
—¡No puede! —gritó Enrique.
—Se me lanzó encima. Pensé que podía aguantarlo. ¡Así que disparé! —le gritó de vuelta Álex.
—Está bien, Barbie, lo siento —añadió, su voz plana.
—¡Bastardo! ¿De qué sirve tu disculpa? ¡Ya está muerta! —gritó Enrique.
La respuesta