La expresión de Álex permaneció tranquila, casi aburrida.
—No te preocupes por mí. Lo que yo haga no es asunto tuyo.
El labio de Marco se curvó con desdén. —Me lo imaginaba. Para ti es mejor hacerte pasar por alguien que no eres, antes que admitir que no perteneces aquí.
Su voz se suavizó al volverse hacia Jasmine, un encanto aceitoso recubría sus palabras. —Escucha, cariño, déjame ahorrarte el dolor de cabeza, no te dejes engañar por este tipo, Álex no es ningún príncipe con fondo fiduciario. No tiene nada, y ciertamente no merece a una mujer como tú.
Para Marco, no había forma de que una mujer rica y hermosa como Jasmine, eligiera voluntariamente a un hombre con tan mala suerte como Álex. Tenía que haberla engañado, o ¿qué otra explicación podría haber?
Sin embargo, la risa de Jasmine resonó; fuerte, sin restricciones y completamente poco femenina. Era el tipo de risa que hacía que todos en la habitación voltearan la cabeza. Fue como si acabara de escuchar el remate del chiste más gr