De repente, solo hubo silencio en el auto.
Las cuatro camionetas negras se habían alejado a toda prisa, dejando los cuerpos de sus amigos desparramados en el asfalto, y los autos circundantes, cuyos conductores habían presenciado la escena, se mantuvieron alejados, sin querer involucrarse.
—Oye, conductor —lo llamó Álex—. ¿No crees que es hora de movernos? ¿Qué estás esperando?
El conductor, que había estado disfrutando la música que acompañaba su viaje al más allá, abrió lentamente los ojos y miró alrededor. De inmediato, una sacudida de shock lo recorrió; la obstrucción que alguna vez había bloqueado su camino ya no estaba.
—Sí, sí, señor.
Presionó apresuradamente el pedal, y cuando el auto comenzó a moverse, rebotó ligeramente al pasar por encima de los cuerpos en la carretera.
Jasmine miraba por la ventana, sus ojos estaban perdidos en el cielo azul y las hileras de casas que pasaban.
—¿No quieres preguntar quiénes eran? —preguntó Álex, rompiendo el pesado silencio.
—No realmente —