Álex hizo el cálculo en su cabeza una última vez.
Si no actuaba en ese instante, perdería su única oportunidad de sobrevivir. Con un firme tirón, desplegó el paracaídas de reserva.
Sobre su cabeza, su perseguidor titubeó. Claramente, el enemigo no había esperado que tuviese un segundo paracaídas.
Atrapado en caída libre sin forma de acortar la distancia, el atacante solo pudo mirarlo con rabia, la furia abrasó su mirada, mientras Álex flotaba a salvo hacia el suelo.
Si hubiera usado el paracaídas de reserva demasiado pronto, el bastardo podría haberse lanzado hacia él en otro ataque. Ahora, todo lo que el enemigo podía hacer era observar, con los puños apretados y la rabia contenida solo por la desesperada necesidad de detener el veneno que se extendía desde la herida de su brazo derecho.
Los pies de Álex golpearon la tierra con un golpe seco, sus rodillas casi cedieron por el alivio.
El suelo húmedo se adhería a sus botas. Mordió una amarga píldora curativa, sintiendo el ardor feroz c