Álex se sentó con las piernas cruzadas en el silencio oscuro, ojos cerrados fuertemente, persiguiendo calma.
El chillido penetrante de su teléfono destrozó la quietud.
Miró renuentemente, reconociendo el número de Sofía destellando insistentemente en la pantalla.
Su estómago se retorció; cada conversación que habían tenido últimamente terminaba en argumentos amargos. Decidió ignorarlo, dejando que el timbrar incesante resonara por el cuarto.
Pero el teléfono no se detendría, vibrando furiosamente por cinco minutos implacables.
Con un suspiro agravado, lo levantó.
—¿Qué diablos te tomó tanto tiempo, imbécil? —ladró una voz claramente no de Sofía: una voz áspera y hostil goteando veneno.
La frente de Álex se frunció. —¿Quién carajo es este?
—Tu peor maldita pesadilla —gruñó el extraño—. Escucha cuidadosamente. Tienes algo valioso: un ingrediente para el elixir. Entrégalo, o Sofía va a tener la peor noche de su vida.
—¿Charles? —cuestionó Álex, voz con filo de sospecha, aunque el gruñido