32. CASTIGO INMERECIDO

NARRADORA

En el claro imperó otro caos.

Las panteras detectaron también el peligro inminente y se marcharon heridas, dejando atrás los cadáveres de sus compañeras caídas.

Damon escuchó el rugido frenético de la estampida.

Corrió hacia el pino donde estaba Soren, que ahora se bamboleaba con violencia.

—¡Lánzate, Soren! —le gritó, y el chico no dudó un segundo en arrojarse a sus brazos.

Damon lo agarró al vuelo, comenzando a correr como un demente entre la arboleda.

Las bandadas de pájaros volaban asustadas sobre sus cabezas.

Los pequeños zorros y comadrejas escapaban por los herbazales.

Damon estaba herido, exhausto de la lucha y con un cachorro a cuestas. Pronto, los animales enfurecidos llegaron hasta él.

Su mente frenéticamente buscaba una escapatoria. Ni siquiera los árboles eran seguros, podían resultar derribados por la fuerza de esos gigantes.

Algo los había asustado. Algo… o alguien.

Damon no tenía dudas de que estaban dispuestos a no dejarlos regresar a la manada.

Miró hacia a
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