Los días pasaban lentos para Julia. Su papá estaba en plena búsqueda de una escuela cerca del apartamento, aunque todavía no habían hablado con Liliana sobre dónde querían establecerse a futuro. Mientras su esposa siguiera en recuperación, permanecerían en el departamento, y eso a Guillermo le despertaba un torbellino de emociones encontradas: la alegría de tener a su hija consigo y el miedo de estar invadiendo el mundo de Lili con los cambios inesperados que habían caído sobre ellos en tan poco tiempo. A veces lo asaltaba la duda de si ella realmente aceptaría todo ese paquete de vida nueva que le había llegado de golpe.
Pero esa noche llegó como un suspiro largo y tibio sobre el departamento, con ese silencio de domingo que se pega a las paredes y hace crujir la madera cuando uno respira. Julia había elegido ya su pijama favorito —uno con estrellitas— y dejó el unicornio en la mesita de luz, mirando hacia la puerta como un guardián fiel. En la sala, las luces bajas daban un tono cál