LUCIANA
Luego de que Julián diera media vuelta y se marchara, permanecí donde estaba mientras él se alejaba.
Las lágrimas no tardaron en fluir y las sentí deslizándose por mis mejillas.
De repente, mi cuerpo se encogió como si hubiera recibido un golpe físico que me doblaba las rodillas y me obligaba a caer de cuclillas en el suelo. En ese instante, la ira desapareció y comencé a sentirme vacía y muy triste.
Me sentí una completa tonta porque de todos modos, en algún momento, lo que acababa de pasar sucedería. Él fue claro al decir que solo comenzaría a rendir cuenta de sus actos cuando encontrara a la mujer adecuada, por lo que yo solo estaba siendo su diversión del momento y nada más. No sentía nada por mí, solo deseo; un deseo que tarde o temprano se apagaría.