Capítulo 2

Tan solo había pasado un año de aquella fatídica noche en que todo cambió para Hibrand, su vida no ha sido, ni será nunca la misma Tardó unos cuantos meses en estar totalmente recuperado de las lesiones de su cuerpo, pero las del alma las llevaba tan tangible como la p**a vida. Nunca podrá entender como la vida que pensaba que tenía medianamente organizada se le pudo ir por la borda en un segundo. Nada es ni podrá ser igual, porque ha habido muchos cambios en su vida, empezando por su casa, la cual fue adaptada para que su mujer pudiera ir con la silla de ruedas, pero ese no fue el cambio más significativo que ha tenido, sino la transformación de ella, su mujer.

— ¿A qué hora llega la imbécil de la enfermera? —preguntó manipulando su silla de ruedas. Hibrand se quedó viéndola y se preguntó, ¿cómo puede una persona cambiar tanto?

—Drika, la enfermera se llama Drika, y ya está por llegar, pero no te preocupes hasta que no llegue no me voy.

—Nadie te está diciendo que te quedes, puedes irte, no te necesito.

—Heleen, ¿qué quieres? ¿Seguir acabando conmigo? ¿No ves  en lo que se ha convertido nuestra vida? ¿Por qué no tratamos de llevar la fiesta en paz?

— ¿Qué fiesta? ¿Una donde nunca podré estar presente porque estoy en esta m*****a silla? estoy aquí por tu culpa —escupió resentida.

 — ¿Cuál culpa? quien me quitó el volante fuiste tú, estoy cansado de decírtelo.

—Eso es mentira, si fuera así lo recordaría.

—No recuerdas porque venías como una cuba de todo lo que tomaste esa noche.

—Eso lo dices por eximirte de tu responsabilidad, pero sabes  que eres un asesino, mataste a  nuestro hijo —gritó  con  lágrimas en los ojos.

—Heleen, no sé si de verdad no recuerdas o solo me quieres hacer sentir el hombre más miserable de este mundo, te juro que lo estás logrando, pero  de lo único que me siento responsable es de subirte en mi coche aquella noche, te aseguro que lo que vino después lo has hecho tú solita —dijo Hibrand con tristeza.

—Y como veo que no me necesitas, ni quieres que yo esté aquí, me voy a la empresa, apáñate tu solita en lo que viene Drika, y por favor no la trates tan mal, ella no ha tenido nada que ver en nuestra desgracia.

— ¿Qué me estás insinuando? ¿Qué he sido yo? sabes que no fue así, sabes que eres el único culpable de que no me pueda levantar de esta asquerosa silla.

—Me voy a la empresa Heleen, nos vemos en la noche —se despidió Hibrand cansado, agotado, llevaba un año en esa lucha y no sabía cuánto más aguantará

 Llegó a las instalaciones  de Brouwer Holanda, se quedó mirando la fachada desde su coche, mientras pensaba en lo elegante que se veía el apellido que con tanto orgullo llevó su padre. Don Freek Brouwer, siempre le decía que a todo lo que hiciera le pusiera empeño y dedicación, porque eso serían los pilares que le acompañarán  en cada camino que emprendiera.

—Lo intento padre, te juro que lo intento —respiró y habló en voz baja al silencio de la cabina de su coche.

Es lo que ha intentado hacer siempre; seguir poniendo en alto el nombre de su padre en los asuntos comerciales, aunque su vida personal sea una p**a m****a. Se casó muy enamorado de Heleen, todo era tan perfecto que no sabe en qué momento el sueño se rompió, bueno si lo sabe, todo empezó por la obsesión de su mujer de querer quedarse embarazada, pero vaya trampas que te pone la vida, porque ella seguía insistiendo buscando un bebé que ya tenía en su tripa, solo que bastó un accidente que la dejó en silla de ruedas para darse cuenta de que ya no tenía que seguir buscando, que lo que tanto ansiaba estaba ahí, creciendo dentro de ella, pero que tan solo duró tres semanas.

— ¡Hola! —saludó Licelot desde su lugar en la mesa —. ¿Cómo está todo por casa?

—Aun no me han  llamado diciendo que ha habido un incendio, eso significa que solo  está peleando desde su silla y haciéndole la vida insoportable a esa pobre mujer que es una santa por aguantarla — Hibrand se refería  a Drika, la enfermera que ya llevaba unos cuatro meses cuidándola, era la que más había durado, las otras se fueron  al finalizar su primer día.

—Drika no le tiene miedo, ha sabido enfrentarla, además como tú le has dicho que esta es la última que le busca, que si se va tendrá que apañarse ella sola, creo que le ha dado miedo —recordó Licelot mirándolo —. Pero creo que, para santo, tú, eres un hombre de los que ya no existen, porque con todas las putadas que te ha hecho, otro en tu lugar  se hubiera ido hace rato.

—No lo haré Liz, nunca la abandonaré, ella ha pasado de ser el amor de mi vida a la cruz de mi vida, cuando me casé, le juré que la cuidaría en la salud y la enfermedad y es lo que estoy haciendo; cumpliendo mi juramento.

—Pero ese juramento es muy difícil de cumplir Hibrand, eres un hombre joven, guapo, tienes dinero a raudales, tienes que intentar ser feliz, no sé de qué manera, pero debes hacerlo, debes reinventarte y no morir en el intento.

—Yo tampoco sé cómo hacerlo, ya sabes que después del accidente jamás ha dejado que la toque, también sabes que nunca ha habido nadie más, pero hay un límite Liz, un límite que no sé si seré capaz de aguantar.

—Yo solo sé que quiero ver a mi jefe y amigo feliz quiero verlo reír, quiero ver esa mirada de antes, quiero ver a mi jefe altanero, peleón, quiero que regrese, porque este que tengo delante es una triste  sombra de él.

—No sé hasta dónde voy a poder  aguantar, vive todo el día acusándome de su desgracia, de la pérdida del bebé, dice que el accidente fue culpa mía.

—Lo sé, pero siempre te he dicho, que ella sabe igual que tú lo que pasó, que solo quiere hallar un culpable, y se aprovecha porque te conoce, porque sabe el gran corazón  que tienes  ahí dentro.

—Bueno tráeme un café y otro para ti, ven a mi oficina —pidió Hibrand porque hasta el momento estaba en la de ella, y pasan muchos empleados. Licelot ha sido su paño de lágrimas, con ella se desahogaba  cuando sentía que se estaba asfixiando.

—Marchando café solo para mi jefe —cantó ella bromeando.

Hibrand se sentó detrás de la mesa en su oficina, tiro el maletín como quiera, era el único sitio donde se sentía tranquilo, sin presión sin pleitos, aquí solo era él y su empresa, aquí ella no podía venir a imponer sus pleitos y acusaciones. Se quedó mirando la fotografía que había en un lateral de su mesa y pensó que pareciera que había  pasado años luz de esa foto de ellos dos, fue el día de la boda, era una foto bonita, todo era felicidad, ella estaba preciosa con su vestido de novia y lo miraba enamorada, ahora lo miraba con odio, con rencor.

— ¿Quieres que la guarde? preguntó Licelot refiriéndose a la foto.

—No, verla me hace recordar que lo que he vivido y estoy viviendo no ha sido un sueño que se convirtió en pesadilla y quizás también me hace tener esperanza de que las cosas cambien.

—Mientras ella no acepte visitar un profesional que la ayude, nada cambiará. Le dijeron que si buscaba ayuda algún día podría volver a caminar con bastón, pero ella no ha hecho nada.

—Lo sé, ya ni pierdo el tiempo en decirle nada, cuando lo hago dice que lo que quiero es librarme de ella.

—Yo lo que creo es que a Heleen también le hace falta un buen psiquiatra que le quite la enajenación mental que tiene.

—A este paso, creo que hasta yo lo voy a necesitar, a mí también me está volviendo loco, en el único lugar donde encuentro paz es aquí.

—Porque aquí no está ella para reclamarte nada Hibrand, pero recuerda lo que te he dicho, tienes que vivir, llevas un año haciendo de enfermero, eres un hombre joven, tienes que tener algo que te ilusione de nuevo.

—Haciendo eso, siento que le seré infiel y no, nunca lo he sido y no voy a empezar ahora.

—Pero necesitas sexo, de la manera que sea, pero lo necesitas, necesitas desahogarte y calmar toda la rabia que llevas dentro y eso puedes hacerlo por medio del sexo, porque creo que ni siquiera para una paja tienes tiempo —infiere Licelot con burla.

—La verdad es que tampoco recuerdo la última vez que me pajee, y no, no es por falta de tiempo, sino de ganas.

— ¿Ves que tengo razón?

—No digo que no, ahora cuéntame de ti, por estar hablando de mi desgracia, ya no me dices nada de ese tío que te estás follando hace meses.

—Jelle y yo solo nos acostamos cuando tenemos ganas, así que tú no te marees la cabeza pensando que nos vamos a casar y que será el padre de mis hijos —se burló ella.

—Deberías de hacerlo ya, mira que la edad…

—Te prohíbo Hibrand Brouwer que hables de mi edad, si lo haces, voy a colocar letreros en sitios estratégicos de esta empresa donde se podrá leer que mi jefe tiene un año que no folla.

—Hazlo y te despido y quizás no tengas ni tiempo de casarte algún día, porque te mato.

—Ahora en serio, ¿sabes que nunca lo haría no? ¿Qué solo bromeo? —preguntó Licelot mirándolo.

—Lo sé, al igual que lo que tú me cuentas, ante todo somos amigos, eres la única que tengo y con quien puedo descargar toda la m****a que me acompaña.

—Igual digo, ahora dame esa taza y empecemos a currar, si no, mi jefe no me paga y ¿sabes qué? aquí entre nos; es un cabrón —susurró en voz baja.

— ¡Qué lástima! mereces otro jefe, si quieres….

—No, yo estoy muy bien aquí, pero gracias por la oferta —interrumpió poniendo cara de miedo.

— ¿Cuál oferta? yo solo te iba a despedir.

—Esa misma —enfatizó riendo, para luego salir de la oficina.

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