Capítulo 3

—Esta será tu habitación, es pequeña, pero es lo único que me queda libre, si algunas de las chicas abandonan la suya te prometo que te cambio —informó la casera de Ivana. Le  costó mucho encontrar piso para compartir en Ámsterdam, después de una semana buscando y durmiendo en pensiones baratas, por fin  encontró, la zona no le gustaba mucho, pero es lo que había, porque a partir de ese momento era la arrendataria de una habitación en una cuarta planta sin ascensor de la calle Bloedstraat Centrum, o lo que es lo mismo una de las calles más transitada del barrio rojo de Ámsterdam.

— ¡Gracias! aquí estaré cómoda, ahora solo me falta encontrar un trabajo —respondió Ivana a su casera — ¿Sabe usted donde necesiten a alguien para trabajar? hablo ruso e inglés.

—Aquí, ya con el inglés te vale, creo que el ruso no lo utilizarás mucho, pero ¿qué sabes hacer? —preguntó la mujer.

—Creo que casi nada, toda mi vida lo único que he hecho ha sido estudiar, dejé la carrera de administración de empresa a medias en mi país —respondió Ivana con cara triste.

—Pues no sé qué decirte, creo que quizás encuentre algo de camarera en algún bar, pero si no tienes experiencias, te pagaran un salario miserable, eso sí, te dan la comida —dijo la mujer con énfasis.

— ¡Gracias! me daré un recorrido por los restaurantes de la ciudad.

—Aunque yo creo que con ese cuerpo y esa cara que tienes no debería desperdiciarlo detrás de un delantal, eres guapísima —la casera  se quedó mirándola.

— ¿Qué me quieres decir? —preguntó Ivana devolviendo la  mirada a la mujer.

—Yo no digo nada, solo que eres muy guapa, y que tienes un cuerpo para ser exhibido. –Ivana no  entendió lo que la mujer  quiso decir, pero tampoco le interesó entender, ella solo quería encontrar algo para poder seguir viviendo, porque del dinero que le  dio su madre, le quedaba muy poquito. Las pensiones en Ámsterdam eran caras para su escaso presupuesto y entre eso, comer y pagar un mes por adelantado de la habitación, le quedaba escasamente para comer unos cuantos días, si acaso.

Después de sacar de la mochila las pocas pertenencias que tenía, decidió buscar  un sitio desde donde pueda llamar a su madre, ya le había puesto a su teléfono una tarjeta de prepago, pero de  una cabina le salía más barato, quería saber cómo estaba y decirle que ya estaba instalada, tampoco su madre tenía porque enterarse donde había encontrado habitación.

— ¡Mamá! ¡Soy yo! — informó cuando su madre levantó el teléfono.

— ¡Hija! ¡Qué bueno qué me llamas! me tenías preocupada.

—No tienes por qué preocuparte madre, ya estoy instalada, en un piso que está muy bien.

—Me alegro hija, ¿tienes dinero?

—Si mamá, no te preocupes, además ahora voy a buscar trabajo, no tienes nada de qué preocuparte estoy bien y contenta.

— ¡Qué bueno hija! me dejas tranquila.

—Mamá, ¿y papá? —preguntó en un susurro.

—Tu padre está bien, sigue en sus cosas raras, pero está bien —la madre pensó que su hija no tenía por qué saber que el día que Petrov se enteró que ya no se casaría con ella porque había huido, mandó a que le dieran una paliza a Sergei, que lo había llevado hasta el hospital.

—Dile que lo quiero mamá, y que estoy bien, pero no le digas donde estoy por favor.

—Así será hija —antes de decir dónde había ido su hija, primero tendrían que matarla, ella no estaba dispuesta a que Ivana pagara por los errores de su padre.

Cuando Ivana terminó de hablar con su madre miro el reloj del locutorio, eran las ocho de la tarde y a esa hora no encontraría nada, por lo que decidió regresar  a su habitación, quería acostarse  y descansar. En la mochila metió su portátil, pero no lo podía usar, no tenía internet, ni manera de adquirirlo, luego se irá a un lugar de esos donde pides un café y hay internet gratis y quizás pueda enterarse de cómo sigue girando el mundo y algunas ofertas de trabajo en esa ciudad.

Lo poco que había visto de Ámsterdam le ha gustado, ya sabía moverse un poco, podía ir andando todo el centro, sabia ir a la estación central y al barrio rojo que es donde vive. Ámsterdam está llena de callejuelas estrechas y cortas, por lo que no son ni siquiera calles, pero es muy difícil perderse, siempre está llena de turistas. En la  ciudad se puede encontrar de todo. Cuando estaba llegando a su piso le llama la atención todas las cortinas y vitrales, algunas estaban cerradas, en otras había  chicas exhibiéndose casi desnuda, unas  vestían solo un tanga y un sujetador, o  algún accesorio íntimo y sensual, y otras  tenían solo un vaquero totalmente desabotonado dejando ver parte de su pubis. Ivana no sabía qué pensar, porque se veía bonito, es bonito ver a una chica detrás de un vitral, pero no entendía cómo podían exhibirse así, sin pudor, ni nada, pero bueno, ella no era quien, para juzgar a nadie, cada uno es dueño de su  vida y muchas veces su madre le había dicho  que “nadie vaya a casa de nadie, porque nadie sabe cómo está nadie” era una frase trillada pero que en ese caso se aplicaba, ella no estaba en esa ciudad para juzgarlas.

Cuando llegó a su piso y abrió la puerta, en el pequeño salón había dos chicas, vestidas con poquita ropa, casi como las del escaparate.

— ¡Hola! –Saludaron las dos al mismo tiempo.

— ¡Hola! —respondió Ivana —. Me alegro conocerlas, yo soy Ivana.

—Yo Malenka, soy cubana —informó una  morena de rizos negro, la piel del color de la canela, ojos negros y grandes.

—Yo Edurne, española, pero este es mi nombre real, el de trabajo es; Geisha.

— ¡Ahh bueno! si tenemos que dar el del trabajo entonces el mío es Leika, ya sabes quise elegir uno que se parezca un poco al mío, así no se me olvida.

—Chicas, me habéis  hecho reír, pero no sé por qué tienen que ponerse un nombre falso para trabajar.

—Porque no nos interesa que nuestros clientes se enteren de  nuestros verdaderos nombres, allí solo somos Geisha y Leika, aquí somos Edurne y Malenka, así separamos las dos cosas —aclaró la que había dicho que se llamaba Edurne “alias  Geisha.” Al contrario de Malenka, era rubia con el pelo largo y un cuerpo de infarto, sus ojos eran marrones.

—Lo siento, pero yo no tengo otro nombre, solo soy Ivana, Ivana Ivanov, rusa, de una ciudad que se llama Samara.

—Yo, de la Habana chica ¡azucarrr! —gritó Malenka  o Leika, con un acento raro, pero bonito.

—Yo de Madrid, de la tortilla de patatas —gritó también Edurne o Geisha.

Ivana tenía los ojos llorosos de tanto reír, las tres chicas habían conectado enseguida, se alegraba que fueran así, porque tendrán que convivir en ese pequeño apartamento y  si podían hacerlo sin malos rollos mejor que mejor.

— ¿Y dinos samaritana, a qué te dedicas? —preguntó Malenka.

— ¿Samaritana? —preguntó Edurne   sin entender el nuevo nombre que le había adjudicado  Malenka.

—Bueno chica, si es de Samara, será samaritana, yo soy de Cuba y soy cubana.

— ¡Los cojones! y yo de Madrid, pero no por eso soy  madrigal.

— Pero eres madridista o madrileña, ¿no? —preguntó Malenka confundida.

—Bueno sí —respondió Edurne también confundida, esa p**a cubana siempre la confundía.

—Chicas no he entendido nada, pero estoy buscando trabajo, así que si me podéis echar una mano  se lo voy a agradecer, si sabéis de algo…

—Me parece samaritana, que en los círculos en que nos movemos nosotras no hay nada para ti, intenta buscar algo  en una tienda, restaurante, ¡yo que sé! —respondió Malenka.

— ¿Pero en donde os movéis vosotras, sois asesinas o qué? —preguntó Ivana riendo

—No, solo somos putas, somos chicas detrás del vitral —respondió Edurne sin reparos.

— ¿Quiere decir que vosotras…?

–Si Ivana —asintió Edurne —. Nos ganamos la vida detrás de un vitral.

—Pero eso no quiere decir que seamos malas personas —intervino Malenka en la conversación —. Solo es una forma de vida y de

ganar dinero, somos buenas personas Ivana, buenas amigas, pero si  eso te impide que seamos amigas, entonces lo sentimos.

—Gracias chicas a mí me gustaría seguir siendo vuestra amiga.

—A nosotras también, siempre que te portes bien ¡azucarrr! —gritó Malenka riendo, a la vez que cogió su  bolso y su abrigo para irse.

—No le hagas caso, tiene a Cuba metida en la cabeza todo el santo día. A  mí me gustaría que te quedes, trabajamos casi toda la noche, pero de día podemos compartir.

—Gracias Edurne y Malenka… ¡azucarrr! – Ivana lo intentó en su recién adquirido mal pronunciado español, todas rieron, fue una risa  de tres chicas de tres países diferentes, pero que  quizás las circunstancias de la vida las haya reunidos para que se cuiden, se aprecien y preserven la verdadera amistad, esa que no conoce de raza, religión o nacionalidad para hacerse presente en uno de los barrios más emblemáticos de Ámsterdam.

Las chicas se fueron a su trabajo… bueno a lo que sea, mientras Ivana se quedó en su habitación acostada y pensando en la diversidad de culturas que  te puedes encontrar en Ámsterdam, en cómo confluyen y conviven juntas diferentes nacionalidades, porque la vida en sí da muchas vueltas y ella jamás pensó que estaría compartiendo vivienda con una cubana y una española, una que tiene un acento raro pero bonito y que todo lo solucciona gritando azucarrr con su peculiar  acento y sonrisa. La otra…  que habla de la tortilla de patatas.

En cuestión de días su vida había dado un giro de ciento ochenta grados, solo esperaba conseguir trabajo y poder salir adelante, porque si no, no sabía cómo sobreviviría en los próximos meses.

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