DEBBY
Mierda.
Él me ha llamado Hill, no Jones, por lo que debe estar furioso. Sus ojos siguen fijos en mí y siento que he perdido toda la capacidad para respirar. Rupert merma el espacio entre los dos, tirando de mi cabello y obligándome a verlo a la cara.
—¿Es que no piensas hablar? —inquiere con la tranquilidad de un sabio, pero la rabia de una bestia embravecida.
Frunzo el ceño.
—¿Para qué hablar cuando ya lo sabes?
—Quiero escucharlo de tu boca —espeta con dureza.
Trago grueso; mi mente me lanza mil formas de las que me puedo deshacer de esto, pero estoy tan cansada de correr que, sin duda, relajo mi cuerpo, cosa que a él parece enfurecerlo más. Abro la boca para hablar y decirle todo, cuando el timbre de la casa suena con insistencia.
—Llaman a la puerta —susurro.
Rupert me libera y sale de la habitación. Tomo una bocanada de aire profunda, al tiempo que trato de estabilizar mi cuerpo, que ahora mismo es un manojo de nervios a punto de estallar. Reviso una vez más