NARRADOR OMNISCIENTE
La habitación de Minerva Hill era un caos de cristales rotos, muebles desordenados y cortinas arrancadas de sus amarres, ondeando desmayadas como banderas vencidas. Su respiración era un torrente incontrolable, un río embravecido que amenazaba con llevarla a la orilla del colapso. Sus manos temblaban mientras lanzaba al suelo una figura de porcelana que se estrelló en mil pedazos, cada fragmento rebotando como un eco de su rabia enloquecida.
Su hija, Debby, se había equivocado por última vez, ella, a quien había visto como un obstáculo desde el primer momento en el que se dio cuenta de que no la amaba, había crecido dentro de ella por nueve meses, la parió, pero cuando tuvo seis años, se dio cuenta de una cosa; jamás sería lo que ella soñó en una niña. Decencia, elegancia. Clase.
No, mientras las demás niñas pasaban tiempo con modistas, tratando de verse bien, su hija, jugaba en el parque llegando toda sucia de lodo y tierra. Debby siempre fue rebelde, decidida, y