Todavía no podía creer lo que veía. En el coche, estaba un hombre tan rubio que su cabello parecía gris, y sus ojos eran como el océano, de tan azules. No se dio cuenta de cuánto estaba hipnotizada por aquel ser y, si dudara, podría jurar que estaba babeando.
En su cabeza, solo pasaba una cosa:
«Quiero zambullirme en el azul de sus ojos.»
— Señorita, ¿se encuentra bien? — preguntó el hombre, al ver que la mujer estaba paralizada.
Al volver en sí, Denise se dio cuenta de que aquel hombre era real.
— Ah, sí, estoy genial, mejor imposible — respondió incómoda.
Nunca se había sentido tan tímida y tan tonta frente a alguien.
— ¿Necesita un aventón? Veo que ocurrió algo con su sandalia.
— Ah, no hace falta, ¡gracias! — se sintió avergonzada.
— Pero hace mucho calor, sus pies se van a quemar, así — insistió.
Denise quería salir del sol; sus pies estaban asándose como papas. Pero tenía miedo de subirse al coche de un desconocido. Además, aquel hombre estaba demasiado arreglado como para trab