Hace tres años y medio.
Eran las seis de la tarde cuando el autobús en el que venía Denise llegó a la capital. Su tío Joaquín ya la esperaba, ansioso en la terminal. La llegada de su sobrina a la hacienda era motivo de gran expectativa, pues él la quería como a una hija.
— ¡Tío Joaquim, qué saudades!
Cuando Denise bajó del autobús y lo vio, no pudo contener la emoción. Lo abrazó como si estuviera reencontrándose con su propio padre.
— ¡Dios mío, cómo has crecido, niña! Si no fuera por esa melena enorme, no te habría reconocido — elogiaba el tío, refiriéndose al largo cabello negro de su sobrina, que era casi su marca registrada.
Desde pequeña, Denise sentía un apego especial por su cabello. Nunca permitía que su madre se lo cortara, solo se recortaban las puntas. Su cabello era su orgullo; no importaba cómo se vistiera, si su cabello estaba brillante y bien peinado, todo estaba bien.
El tío no tardó en tomar las maletas de su sobrina y meterlas en el coche.
— ¿Qué carro es este, tío? ¿