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Imperio Kaedra
Groan, Graland del norte. Kallias Grevyre despertó con la sensación de malestar embriagando sus sentidos, seguido de una ola de nerviosismo y miedo que finalmente dio paso a la calma. Momentánea y casi fantasmal, pero lo suficiente para permitirle respirar a través de sus pesadillas. Ni siquiera se había dado cuenta del momento exacto en que perdió la batalla, demasiado cansado y necesitado de descanso. La cuenta había perdido sentido con los días y las noches parecían eternas desde que el fantasma de la incertidumbre había decidido apoderarse de su vida, invirtiendo todo esfuerzo en torturarlo ante el más mínimo descanso. Como si ya no tuviera suficiente con los cañones, la muerte y la pérdida que tocaba las puertas de su hogar cada día, tenía que hundirse en la oscuridad de su mente. Kallias se levantó de la silla de madera tapizada, apretando la figura dormida entre sus brazos, caminando a través de la habitación de piedra pulida y techos altos con ventanales de madera. Él respiró a través del nudo en sus pulmones, cerrando los ojos e intentando empujar un poco de serenidad en su cuerpo. Apretando la figura dormida con cariño, él intentó mitigar los temblores en sus manos. Kallias apretó los labios con fuerza, intentando no tropezar y caer de bruces al suelo. Tal cosa no le haría a al cachorro entre sus brazos ni la más mínima gracia. La pequeña tenía cinco años y era una niña adorable, hija de una las omegas jóvenes que servían a su madre. La mujer había quedado muy mal después del parto y apenas podía respirar sin quejarse. Así que la reina había pedido ayuda a Kallias y Anezka para cuidar de ellos. —¿Dónde está Tariq? —Kallias no alzó la vista, simplemente murmuró ¨Nezka¨. Tariq era el gemelo de Tara. Los pasos sonaron suaves sobre el piso de madera, el fuego crujía débilmente y la noche parecía serena. —Se parece a ti cuando tenías su edad. —Imposible, Tara es hermosa —negó con una sonrisa perezosa en los labios, descansando el mentón sobre la maraña de hebras claras. Con un mordisco nervioso recorriendo su pecho, Kallias levantó la mirada hacia un lado, donde un par de ojos verdes y brillantes lo observaban. Él escaneó a su madre por lo que pareció una eternidad. La mujer hermosa y dulce parecía desaparecer entre las líneas preocupadas que devoraban su rostro y el nerviosismo que tanto intentaba ocultar. —¿Qué tan malo es? —preguntó y Rusalka suspiró débilmente en respuesta, acariciando los cabellos de Tara con suavidad, dejando bailar los dedos sobre la suave piel infantil de su cachete y hacia el brazo derecho de Kallias. —Ellos te están esperando —susurró en cambio—. Lo siento mucho, Kass. —¿Así de mal? Rusalka se acercó lo suficiente, colocando los brazos alrededor de la cintura de Kallias. El joven cerró los ojos y se dejó hacer, su corazón parecía un animal asustado dispuesto a escapar de su pecho. —He esperado pacientemente —agregó Kallias entre dientes, con el ceño fruncido y un toque oscuro—. Si mi futuro está siendo decidido dentro de esa habitación, merezco saber de qué se trata. —No es tan simple —dijo su madre con un suspiro. Kallias la vio apartarse y caminar por la habitación, luciendo tan hermosa como siempre en su vestido verde musgo adornado con tribales en tinta negra. —Queríamos retrasarlo tanto como nos fuera posible. Teníamos la esperanza de no tener que mirar en esa dirección. Kallias sintió tensar su estómago. Un peso incómodo que se adueñó de la zona y casi lo hizo vomitar. —Madre —llamó Kallias con los ojos brillantes y los brazos apretados alrededor de Tara, como si tal cosa pudiera mantener todos sus pensamientos y sentimientos juntos. Un trozo de madera flotante en medio de la tormenta. Rusalka negó con el pecho ardiendo, eliminando la distancia entre ambos, tomando a Tara de sus brazos. —Ve con ellos. Entre más rápido vayas, regresarás —dijo, con una sonrisa en los labios. Esta no llegaba a sus ojos—. Yo cuidaré de Tara. Kallias no se movió en absoluto, ahora con los brazos lapsos a sus costados y los ojos ardiendo en mil sentimientos difíciles de explicar. Él tragó el nudo en su garganta, intentando decir algo, pero nada parecía correcto o suficiente. —Kallias —llamó Rusalka con voz suave y él se detuvo de camino a la puerta, mas no giró—. No dejes que otros decidan tu futuro, ¿me has entendido? Kallias cerró los ojos y respiró profundamente, apretando las manos en puños, él asintió. Su mano se posó en el picaporte, temblorosa y sudada; saliendo de la habitación con el corazón intranquilo y la mente invadida por miles de posibilidades. ෴ლ෴ Al salir, Kallias encontró la luna dibujada en una silueta perfecta, acompañada por un sinfín de estrellas y el manto oscuro y perpetuo de la noche sobre Graland. Él no se detuvo demasiado tiempo, abriéndose paso hasta la Casona del Dáil, donde todos sus miembros habían permanecido en sesión por lo que parecía ser una eternidad. Apenas eran cinco escalones en la entrada y por alguna razón, Kallias sentía que eran cientos de estos a cada paso que daba. «Amra,» susurró. Un par de ojos dorados se dejaron ver en la oscuridad, dando paso a un pelaje blanco como la nieve y cuatro patas fuertes. Amra se sentó en sus cuartos traseros, poderosa y regia, orgullosa de sí misma. La loba movió la cabeza con suavidad: «Está bien, Kallias. Todo estará bien.» La imagen desapareció y Kallias se quedó solo en su mente, con sus pensamientos y dudas. Él apretó la mandíbula, se lamió los labios y mandó los nervios a un lado. Debía entrar ahí, Kallias sabía que esa era la única forma de poner sus pensamientos en orden. Y así lo hizo. —¿Ha solicitado el dáil mi presencia? La pregunta fue hecha con suavidad, con el torso inclinado en una venia perfecta y los dedos de sus manos apretados alrededor de la túnica que llevaba esa noche. Los miembros del dáil barrieron a Kallias en profunda y colectiva atención. El ambiente se sentía pesado y él no sabía si sólo eran sus miedos o la verdad que cobijaba Graland en los últimos tiempos.






