Capítulo 8 — Nuevos caminos
Mientras Lyra y Nora se alejaban, dejando atrás los límites familiares de la manada, Selene estaba en el lujoso salón de la mansión Thorne. La atmósfera era pesada, cargada con el aroma a cedro y victoria recién cosechada. Se servía una copa de vino tinto, el líquido oscuro reflejando la luz tenue de una araña de cristal. El suave tintineo del cristal al chocar contra el decantador era el único sonido que rompía el silencio tenso. Su padre, un hombre imponente de mirada calculadora, la observaba desde el sillón de cuero frente a la chimenea. El fuego crepitaba perezosamente, incapaz de disipar la frialdad que irradiaba Selene.
—¿Estás satisfecha? —preguntó él, su voz grave, sin inflexión. Sus ojos, idénticos a los de su hija en su ambición, escrutaban cada uno de sus gestos.
Selene levantó la copa, observando cómo la luz se refractaba en el vino. Una sonrisa fina y cruel se dibujó en sus labios, la sonrisa de quien ha movido las piezas de un juego a su