Pov Leina
Una taza humeante de chocolate fue puesta ante mí y no me molestó en ver quién la había traído; solo la tomé rápido para darle un sorbo.
—Gracias, Neil—dije, pensando que era él, hasta que levanté la cabeza y vi los ojos afilados de Bastian.
—Perdón, yo pensé que… es el único que me habla, así que…
Tráigame tierra, eso es mejor.
—Sígueme—fue su orden tosca antes de darme la espalda.
Me levanté con cuidado de no quemarme con el chocolate y lo seguí hasta su tienda, donde dudé un poco en entrar, hasta que lo hice.
El suelo estaba cubierto con un revestimiento suave, una pequeña mesa tenía sus cosas y, al fondo, la cama con un cobertor de piel que me dio ganas de tocarlo.
Sin embargo, todo lo que hice fue quedarme parada a un lado de la entrada, mirando de reojo cómo Bastian se quitaba la pesada capa.
Me pregunto cuántas mujeres habrán pasado por ahí; ha de ser muchas, y la verdad no quiero dormir sobre sus cochinadas, prefiero dormir sobre el suelo.
—Puedes