El eco de sus propias palabras aún flotaba en el salón vacío cuando Kerem giró el rostro hacia Branwen. Quien caminó detrás de él cuando subió por las escaleras.
—Dile a Lena que venga a mi despacho —ordenó sin titubeos.
La mujer asintió de inmediato sin hacer preguntas. Pensando solo que la noche estaba siendo bastante larga para la joven.
Lena estaba sentada en el suelo de su nueva habitación, aún desorientada por el tamaño del lugar, por el colchón mullido y las cortinas de lino que se movían como fantasmas con la brisa. Tenía la caja de sus ratones frente a ella, y les ofrecía pequeños trozos de pan mientras murmuraba palabras dulces. Era lo único que la calmaba.
Cuando escuchó los suaves golpes en la puerta, se sobresaltó.
—¿Lena? —La voz de Branwen sonó tranquila al otro lado.
Rápidamente, Lena empujó la caja debajo de la cama y se puso de pie, alisando con torpeza su ropa arrugada. Caminó hacia la puerta con una tensión en el cuerpo que no se le despegaba desde el go