Luciana levantó la mirada al escuchar la puerta abrirse y sonrió al ver a Ignazio de pie allí. Él cerró la puerta con el seguro y se acercó a ella en unos cuantos pasos.
Soltó un gritito cuando él la tomó de la cintura y, sin previo aviso, la levantó sobre la mesa. Su mente fue de inmediato a lo que había sucedido allí, una semana atrás, y se sonrojó.
Ignazio le dio una traviesa, como si pudiera leer sus pensamientos. Luego se inclinó y la besó. Al igual que cada vez que pasaban algunas horas sin verse, el beso fue demandante y necesitado.
—Hola, mi preciosa mariposa —saludó él con su frente unida a la suya.
Luciana todavía estaba tratando de recuperar el aliento.
—Te extrañé —musitó él.
La levantó y se movió hasta el sofá.
Ella intentó moverse para sentarse a su lado, pero él la sujetó en su lugar.
—¿Vas a algún sitio? —preguntó divertido.
—Solo creí que estarías más cómodo si no me estuviera encima tuyo.
—Créeme disfruto tanto de tenerte encima como cuando te tengo debajo.
—Ignazio