Maeve
Cuando abrí los ojos, todo se veía desenfocado, los contornos borrosos y los colores mezclándose en un remolino de sombras indistintas.
Una sensación de pesadez me oprimía el cuerpo, y un dolor sordo latía en cada parte de mí.
La figura borrosa de Kane se materializó lentamente, su rostro marcado por una expresión de profunda preocupación.
—Ángel... —escuché su voz, suave y temblorosa, como si cada palabra le costara un esfuerzo monumental. —Lo siento tanto...
¿Qué le ocurre? Pensé, confundida y desorientada, sin saber de qué hablaba. ¿Por qué sonaba tan desesperado?
Mi mente luchaba por conectar las piezas, pero todo parecía un rompecabezas incompleto.
Miré a mi alrededor, tratando de orientarme. Las paredes eran conocidas, decoradas con tonos suaves y muebles elegantes que no pertenecían a mi habitación, estaba en su habitación.
Miré hacia abajo y noté que estaba vestida con una camisa que era claramente de Kane, demasiado grande para mí, sus mangas colgando más allá de mis ma