Con la luz, todo estaba claro: qué parte estaba sucia y qué parte no, lo que facilitaba mucho entrar al patio.
Por suerte, no había ni un solo lugar sin ocupar.
La pareja del puesto de barbacoa se había ido a casa, y ahora todo estaba tranquilo. Adriana abrió la puerta del salón e invitó a Omar a entrar.
—Hay muchas más moras en los árboles, podemos recoger algunas para llevarlas a la abuela—dijo ella.
Omar no discutió, probablemente pensando que Adriana no estaba bromeando cuando se trataba de ser filial con doña Francisca.
—De acuerdo— respondió él con nobleza, y Adriana rodó los ojos.
—No puedo alcanzarlas, ven tú y recógelas— dijo ella.
—¿La última vez que llevaste esa cesta llena a la montaña fue tu abuelo quien te ayudó a recogerlas?— preguntó él.
Adriana, resignada, decidió que más adelante tendría que callarle la boca.
Sacó una cesta y dijo:
—Aquella noche estaba sola, hoy tengo compañía, y además, es un hombre que puede respirar, ¿por qué debería hacer todo el trabajo duro?
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