Cada mes, en luna llena Amelia lloraba junto a la pequeña ventana de su celda.
—Odio verte así —le decía la leona.
Ella se quedaba en silencio hasta que finalmente se dormía. Al día siguiente volvía a ser Ágata; fría y sin sentimientos.
Una tarde, cuando llegaron de sus actividades diarias en el salón; aquel día les tocó pintar las sillas de la sala de visitas. La leona se acercó a Amelia y la abrazó con ternura, en los últimos meses había sido diferente; más protectora y más cariñosa.
—Leona estás ardiendo en fiebre —le dijo.
De pronto vio como estaba empapada en sudor y a la vez temblaba de frío.
—Pero, ¿Qué ha pasado que no me he fijado en lo mal que te has puesto? —preguntaba Amelia inquieta.
—Tranquila mi niña, estoy bien —a