Era un brillante lunes por la mañana cuando Violet cruzó la puerta del comedor, apresurándose a tomar una tostada que se llevó a la boca mientras se terminaba de acomodar el cabello en una coleta alta. La luz del sol se filtraba a través de la ventana, iluminando el espacio con un cálido resplandor.
—Buenos días —saludó a sus tíos, quienes se encontraban absortos en su desayuno, disfrutando de la tranquilidad del inicio del día.
—¿No vas a comer, cariño? —inquirió Olivia, levantando la vista con una mezcla de preocupación y cariño. Violet negó con la cabeza, sintiendo la urgencia del tiempo.
—Voy tarde, ya luego veré qué compro —le aseguró, intentando calmar la inquietud de su tía, antes de despedirse y salir de casa a toda prisa.
Se dirigió a la estación del transporte público, donde aguardó impaciente bajo el techo, refugiándose de la leve lluvia fría que había comenzado a empapar su ropa. Ese día, había decidido arreglarse un poco más de lo habitual; llevaba unos pantalones anchos