Capítulo 35. El desayuno amargo: Valentina.
El timbre de la puerta de mi apartamento sonó puntualmente a las ocho de la mañana. Mi corazón dio un vuelco. Era Alejandro. Tomé una respiración profunda, intentando calmar los nervios que me carcomían. Abrí la puerta y lo vi allí, de pie, impecable como siempre, pero con una sombra de preocupación en sus ojos grises. Apenas nos saludamos con un asentimiento, el peso de la conversación que se avecinaba era palpable.
Fuimos a una pequeña cafetería cerca de mi apartamento, un lugar tranquilo con mesas discretas. El aroma a café recién hecho y panadería me ofrecía un contraste irónico con la tensión que sentía. Pedimos dos cafés y algo ligero para picar, pero sabía que la comida sería lo último en lo que pensaríamos.
- Valentina —empezó Alejandro, con la voz grave, una vez que nos sirvieron—. Necesito contarte algo. Algo que… complica mucho todo.
Lo miré, esperando, mi propia respiración contenida. La madrugada había sido una tortura de hipótesis y miedos.
- ¿Qué pasa, Alejandro? —pregu