Capítulo 60. Rumbo al Abismo: Alejandro.
Cada kilómetro que recorríamos en esa furgoneta prestada era una pulsación más en mi pecho, un tambor incesante que gritaba su nombre: Valentina.
Camilo conducía con precisión quirúrgica, su mirada fija en el GPS alterno que nos guiaba por las coordenadas que uno de sus contactos había confirmado. Una antigua fábrica abandonada al sur de París, fuera del radar de la policía, fuera del ruido turístico. El escondite perfecto para alguien como Juan José.
—¿Cuánto falta? —pregunté por tercera vez.
—Quince minutos —respondió Camilo sin mirarme—. Estamos cerca.
Quince minutos. Una eternidad y un segundo a la vez.
Apreté los puños. Mi mente viajaba entre la última imagen falsa de Valentina en la pantalla y las memorias que la contradecían: su risa en Montmartre, su mirada brillante cuando cosía en el atelier, su voz diciéndome que me amaba. Ella estaba viva. Tenía que estarlo. Y si no… si no...
No terminé el pensamiento. No podía. El dolor me cegaría.
—Vamos a entrar solos —dije—. Nada de es