Capítulo ocho

—Tenemos que llevarte, nuestro jefe quiere hablar contigo —dijo uno de los hombres, agachándose y acercándose a Freya.

En ese momento, Sasha, que había estado merodeando, actuó con rapidez. Golpeó al hombre de pie en la cabeza con la pistola, derribándolo, y con gran agilidad, inmovilizó al que estaba agachado cerca de Freya. Le sujetó la mano que sostenía el arma y lo apartó de ella.

—¡Ve, espérame en la habitación! —gritó Sasha a Freya, quien, a pesar del dolor, se levantó lo más rápido que pudo y corrió hacia la habitación.

Freya oía ruidos afuera, pero no sabía qué sucedía. Probablemente estaban peleando. Ya había cerrado la puerta con llave y fue al baño a buscar su botiquín de primeros auxilios. Tenía que quitarse los cristales del brazo y curarse la herida. Abrió el botiquín, tomó las pinzas y se paró frente al enorme espejo del baño.

Respiró hondo y comenzó a quitarse el cristal del brazo. El dolor le provocó náuseas. Cuando por fin logró quitárselo, ya estaba empapada en su
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