Capítulo 6
Alejandro tiró de mi manga con suavidad.

—Mami, cuando lleguemos a la nueva manada, ¿voy a tener que volver a ver a papá?

Lo abracé con fuerza, aspirando su olor de lobezno, ese aroma cálido que me daba fuerzas para seguir adelante.

—No, amor. Nunca más.

—Bien —susurró él, cerrando los ojos contra mi pecho—. No quiero ser Beta, de todos modos. Yo quiero ser sanador, como tú.

Esa noche, el teléfono sonó de nuevo. Era la asistente de Teo.

—Está preguntando por ti —me dijo con voz esperanzada—. Tal vez si hablaran...

—No —le respondí, firme, sin vacilar—. Que se quede con la familia que eligió.

Tres días, y estaríamos lejos de aquí.

Pero justo el día en que íbamos a firmar los papeles de transferencia de manada, Alejandro se dobló de pronto, sintiendo un dolor intenso.

Su piel ardía como fuego, y sus huesos comenzaron a moverse bajo la carne. Era una transformación anticipada.

El miedo me atenazó el pecho. Todos los entrenadores lo habían dicho, Alejandro era excepcional, probablemente cambiaría antes de tiempo. Pero si la transformación llegaba antes de los diez años, sería peligroso. Podría costarle la mitad de su vida.

Por eso, meses atrás, había pagado un millón por una poción inhibidora. La había guardado bajo llave, en la caja fuerte.

—Resiste, mi amor —le susurré, corriendo a casa con el corazón en la garganta.

Pero al abrir la caja fuerte, no había nada.

Con las manos temblando, le marqué a Teo.

—¿Dónde está la poción inhibidora?

—Ah, eso —me respondió él, con voz despreocupada—. Marcos empezó a mostrar signos de transformación anticipada. La tomé prestada. Era una emergencia.

—Devuélvela ahora mismo —le exigí—. Alejandro está comenzando su transformación.

La risa de Teo fue fría.

—¿Otra de tus jugadas? Qué oportuno, justo ahora que Marcos también le pasó.

Su voz se volvió más dura, más cruel.

—¿Quieres que deje morir a Marcos por una poción? Tú misma dijiste que debía centrarme en Sara y Marcos, ¿no? ¿O es que ahora estás celosa?

Y colgó.

Me quedé mirando el teléfono en silencio, con la respiración contenida, mientras desde la habitación contigua escuchaba los quejidos apagados de mi hijo.

—Mami... —me llamó Alejandro con un hilo de voz—. Me duele...

—Lo siento... —susurré, abrazándolo con desesperación—. La poción...

—No pasa nada —me dijo, sonriendo entre espasmos—. Voy a ser fuerte.

Con las manos temblorosas, llamé a Ana. No hizo preguntas. Compró otra poción directamente a una bruja y la envió enseguida.

Una hora más tarde, la radio de la manada estalló con la noticia:

—Última hora: El joven prodigio Marcos, protegido del Beta Teo, ha logrado su primera transformación a la increíble edad de cuatro años. El Beta Teo permaneció a su lado durante todo el proceso, asistiendo en cada paso de la transición. Gracias a una poción inhibidora que obtuvo a tiempo, su transformación fue un éxito.

Escuché con furia helada cómo describían que Teo había conseguido “afortunadamente” una poción inhibidora justo a tiempo.

Alejandro estaba acurrucado en mi regazo, luchando contra su transformación prematura, mientras la poción que debía ser suya fue usada por otro cachorro.

—Teo... —murmuré en la oscuridad—. Ya que los amas tanto, Alejandro y yo vamos a ayudarte a conservarlos.

El día después de que Alejandro se recuperó de su casi transformación, presenté nuestros papeles de salida de la manada, envié la solicitud de disolución del vínculo de pareja al Consejo Alfa, y eliminé mi marca de pareja con las hierbas rituales que Ana me había mandado. Con Alejandro en brazos, dejé el territorio que había sido nuestro hogar durante cinco años.
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