Zafiro acariciaba el bote de pastillas con la mano metida en el interior de su bolso.
— Aquí está su llave señorita. Puede esperar arriba. — Le dijo al recepcionista del lujoso hotel.
Subió en el elevador repasando su plan una y otra vez. Estaba nerviosa. Tanto que temblaba; pero cuando las puertas de metal se abrieron, controló todo su miedo y caminó con confianza.
En la habitación encontró una botella de vino.
«Merlot, su favorito» Balbuceó para sí misma vertiendo dos copas bien llenas.
Salió de nuevo al pasillo, mirando a cada lado. No venía nadie.
Destapó el bote de pastillas. Dejó caer unas cuantas sobre la mesa y las escachó con la botella de vino. Usando una tarjeta escurrió el polvo hacia una de las copas y la removió hasta que estuvo segura que no quedaban rastros del medicamento a la vista.
Para Zafiro fue una señal del destino que el medicamento que le recetaron para tratar el dolor que dejaron las lesiones en su tórax, fuese fuertemente contraindicado para per