Capítulo 8
Esa respuesta se convirtió claramente en la última gota que colmó la paciencia de Paola.

Su mirada llena de odio y resentimiento atravesó a los que bloqueaban mi camino; me clavó los ojos un instante antes de salir corriendo entre lágrimas.

Roberto permaneció allí, firme:

—Basta, Eliana, te elijo a ti, te amo, ¡regresa conmigo!

Sus palabras me hicieron sonreír por lo absurdo de la situación:

—A quién elijas ya no me importa, Roberto. Te lo repito por última vez: ¡no tengo nada que ver con ustedes! ¡Váyanse! ¡Aquí no los necesita!

Arturo me colocó detrás de él, con voz fría y firme:

—¿No lo entiendes, señor Salazar? Molestar a una señorita adorable no es conducta de un caballero.

La mirada de Roberto saltaba entre mí y Arturo:

—¿No quieres regresar a casa solo por este chico pobre?

Tomé la mano de Arturo y le di mi respuesta en silencio.

—La puerta está aquí, sean libres de ir.

Roberto y Alejandro se marcharon, y la posada quedó solo para nosotros dos.

Estaba pensando en cómo abrir la b
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