Esa respuesta se convirtió claramente en la última gota que colmó la paciencia de Paola.
Su mirada llena de odio y resentimiento atravesó a los que bloqueaban mi camino; me clavó los ojos un instante antes de salir corriendo entre lágrimas.
Roberto permaneció allí, firme:
—Basta, Eliana, te elijo a ti, te amo, ¡regresa conmigo!
Sus palabras me hicieron sonreír por lo absurdo de la situación:
—A quién elijas ya no me importa, Roberto. Te lo repito por última vez: ¡no tengo nada que ver con ustedes! ¡Váyanse! ¡Aquí no los necesita!
Arturo me colocó detrás de él, con voz fría y firme:
—¿No lo entiendes, señor Salazar? Molestar a una señorita adorable no es conducta de un caballero.
La mirada de Roberto saltaba entre mí y Arturo:
—¿No quieres regresar a casa solo por este chico pobre?
Tomé la mano de Arturo y le di mi respuesta en silencio.
—La puerta está aquí, sean libres de ir.
Roberto y Alejandro se marcharon, y la posada quedó solo para nosotros dos.
Estaba pensando en cómo abrir la b