El rostro de Alejandro se ensombreció, y su voz era tan fría como un bloque de hielo.Yo apreté con fuerza las sábanas, luchando por no dejar escapar las lágrimas, como si alguien me apretara la garganta y me impidiera hablar.Alejandro negó con la cabeza, resignado:—Eliana… ya casi ni te reconozco.¿Que no me reconocía?La primera vez que asistí a una fiesta elegante, Roberto me presentó ante los distinguidos invitados con solemnidad: yo era su hermana.La noticia de que el poderoso presidente del Grupo Salazar tenía, de pronto, una hermana misteriosa, estalló como un trueno.Los murmullos me rodeaban, y yo, acorralada, apenas podía mantenerme firme.Pero en medio de esas voces envenenadas, Alejandro fue el primero en alzar su copa conmigo.—¿Y con qué derecho Roberto presume de tener una hermana tan guapa y encantadora?—Eli, sé mi hermanita. Te divertirías mucho más conmigo que con ese amargado de Roberto Salazar.Él fue el primero, después de Roberto, en darme un lugar dentro de e
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