POV: Mía
Jamás imaginé que, el día antes de irme, viviría algo que no quisiera repetir nunca.
Esa tarde estaba tan agotada que me acosté a dormir un rato. De repente, sentí que me faltaba el aire.
Alguien había abierto la ventana junto a mi cama, y el polen comenzó a entrar lentamente. Respirar se volvió cada vez más difícil.
Me dejé caer de la cama tratando de llegar al cajón de la mesita para buscar mi medicina... pero al abrirlo, estaba vacío.
Sin fuerzas para seguir buscando, la vista se me nubló. Tropecé con la mesa y el florero que estaba encima se estrelló contra el suelo.
Un enorme ramo de rosas quedó justo frente a mí. Por un momento, pensé que ahí acabaría todo.
El ruido alertó a León y a Máximo, que estaban afuera. Entraron corriendo, me levantaron y empezaron a buscar desesperados el medicamento.
Antes de desmayarme, vi a Elena entrar con un botiquín que reconocí al instante. Sentí la aguja clavarse y, luego, todo se apagó.
Cuando desperté, me encontré en una habitación de hospital.
No había nadie. Me incorporé con esfuerzo y, lo primero que hice, fue enviarle un mensaje a Elena:
"Recoge tus cosas y vete. No quiero volver a verte en mi casa."
No pasó mucho antes de que los tres entraran apresurados.
León, visiblemente molesto, me dijo:
—¿Por qué quieres echar a Elena? No tiene a dónde ir. Si la sacas, va a tener que volver con su padre... y él la va a golpear. No voy a permitirlo.
Máximo, con la seriedad de siempre, se acomodó las gafas y añadió:
—No es buena idea echarla ahora. Ya conoce tus costumbres, te cuida bien... y lo importante es que podamos convivir en paz.
—No hay nada más que hablar —respondí sin dejar lugar a dudas—. Esta es mi casa y le pago por lo que hace. Así que, si no estoy a gusto, lo lógico es que se vaya. ¿Me pueden dar una buena razón para que no lo haga? Casi me mata.
León se encendió al oírme:
—Mía, no digas eso. Estuvo con nosotros todo el tiempo. Fue un malentendido.
¿Malentendido?
¿Quién podría creerlo? Ventana abierta, medicina desaparecida y otro ramo de rosas en mi habitación...
—¿Y cómo explicas las rosas en mi cuarto? —pregunté, cortante.
León se quedó callado, y Máximo enseguida tomó la palabra:
—Ya hablé con Elena. No sabía que tu alergia al polen era tan grave. Con una pequeña cantidad podría matarte... y me prometió que no lo volverá a hacer.
Tras decir eso, la empujó suavemente hacia mí.
Elena, con la cabeza baja, murmuró:
—Mía, no sabía que era tan serio. No volveré a poner flores en tu habitación, solo quería que se viera más bonita.
No los miré ni respondí. Mi silencio hizo que León, impaciente, explotara:
—Mía, ya basta, deja de comportarte como una niña consentida. Elena ya se disculpó, ¿qué más quieres?
—Quiero que los tres salgan de aquí ahora mismo —dije señalando la puerta—. Necesito descansar.
Máximo intentó calmar la situación, pero León tomó la mano de Elena y, con tono tajante, dijo:
—No le hagas caso, ya se le pasará. Vámonos.
Y se fueron.
En cuanto se cerró la puerta, me quité la vía del brazo, salí del hospital y pedí que me llevaran el pasaporte al aeropuerto.
Tomé un taxi y llegué justo a tiempo para abordar el vuelo.
Antes de embarcar, saqué la tarjeta SIM del celular y la tiré a la basura.
Desde ese momento, no los volvería a ver jamás.