6. Parte II.

Capítulo 6. El peso del deseo.

Mariana estaba allí, de pie, con la cabeza levantada y la espalda recta, consciente de que cada movimiento suyo estaba siendo observado por Emiliano, de que cada caricia que recibía no era para ella, y que cada gemido que salía de su garganta era una sentencia de placer.

-- Mírate – susurró él muy cerca de su oído, mientras su lengua dibujaba círculos sobre su piel.

-- Frágil. Vulnerable. Y aun así… -- su voz bajó de tono, volviéndose casi un susurro peligroso, cargado de puro veneno.  -- …capaz de destruirlo todo --

Ella no respondió, sabia bien que cualquier palabra que dijera en ese momento la terminaría destruyendo. Podría delatarla en un segundo y no debía permitirlo, ella tenía que ser Emilia, debía serlo si quería seguir con vida.

Emilia la esposa fallecida que volvía a un hogar del que no sabía nada, a un hombre que solo le inspiraba horror y de un lugar que no la reconocía... ella debía ser silencio y obediencia, al menos hasta encontrar la manera de huir de allí.

Él se pegó más a ella, Mariana podía sentir cada musculo de su cuerpo, no solo los músculos también podía sentir su hombría, erecta y endurecida sobre ella, la miró con una sonrisa que no llegaba a los ojos, oscuros y penetrantes.

Levantó la mano y recorrió con la yema de los dedos la línea de la venda que cubría gran parte de su rostro. Ese simple contacto la hizo contener el aliento.

-- Ahora lo recuerdas – murmuró, con un tono de voz tan ambiguo que podía sonar a amenaza. Ella negó.

-- No me puedes olvidar Emi, no a mi – volvió a murmurar, sus labios buscando los de ella, su lengua recorriendo su mejilla, hasta llegar a ellos, absorbiéndoles en su boca, succionándolos como si fueran de mentira, como lo que era ella en realidad, una esposa sustituta.

De pronto Emiliano bajo sus manos hasta su cintura, presionándolo sin delicadeza, el choque fue eléctrico, Mariana estaba sintiendo cosas que nunca había sentido con Francesco, su respiración estaba demasiado acelerada, el pulso desbocado golpeaba su cuello, pensaba que el corazón se saldría de su pecho si el seguía haciendo lo que hacía, quería detenerlo, pero su cuerpo reaccionaba a él.

Emiliano inclinó su rostro hacia ella, roso sus labios con su lengua, podía sentir su aliento envolviéndola, tan cerca que cada palabra fue un roce ardiente en su piel.

-- ¿Sabes lo que más odio de ti, Emilia? – murmuró, con un tono ambiguo que podía ser ruego o amenaza. Con esa calma peligrosa que ella comenzaba a reconocer.  -- Que incluso ahora, incluso después de todo, todavía eres capaz de hacerme desearte --

En ese momento el corazón de Mariana dio un vuelco, era una confesión disfrazada de venganza, y ella debía fingir que no la entendía.

-- Emiliano – dijo con la voz a punto de quebrarse.

Él la empujo suavemente hasta la cama, no con violencia, sino con la determinación de alguien que quiere probar un punto... ¿Por qué confiar en ella? se preguntó un momento.

¿Por qué pensar que esta diciendo la verdad?

Emiliano la hizo sentarse al borde de la cama, y se inclinó sobre ella, apoyando una mano en su muslo muy cerca de su feminidad. Sin querer ella entreabrió sus labios, algo en el interior de él le decía que continúe, que la trate como a su Emilia, pero su mente solo veía unos ojos vacíos...

Unos ojos que le pedían a gritos ayuda.

-- ¿Temes que te toque? – le preguntó, con una sonrisa que era puro filo, al sentir su reacción.

Mariana no respondió, no podía. Ella cerró los ojos apenas un instante, como si la amnesia la hubiera vuelto vulnerable, necesitaba pensar. Sentía que estaba sobre una cuerda que pronto se rompería con ella encima.

Emiliano deslizó los dedos por su brazo, ascendiendo lentamente hasta rozar el borde de su cuello. La caricia era una amenaza disfrazada, un recordatorio de que podía quebrarla en cualquier momento.

-- Así es como empieza mi ayuda cariño – le susurró contra su oído. -- No con palabras, no con cuentos sobre nuestra vida feliz. Sino con el peso de lo que no puedes controlar --

Mariana abrió los ojos. Lo vio tan cerca, tan consumido por su propio odio y deseo, que por un instante olvidó fingir. Sintió un estremecimiento real, una respuesta involuntaria que él percibió al instante.

Emiliano la miró fijamente, con sorpresa y algo que no quería admitir. La soltó de golpe, como si el contacto lo hubiera quemado.

-- Demonios… -- murmuro entre dientes, apartándose de ella.

El silencio que siguió se volvió casi sofocante, sus puños estaban cerrados, y sus ojos no dejaban de mirarla... no era su Emi, era la asesina de su gran amor y debía castigarla. Debía hacerlo para que su esposa descansara en paz.

Mariana respiraba agitadamente, sin saber si había ganado o perdido ese round. Emiliano la observaba con lleno de rabia, no solo con ella, sino con él, por sentir esa atracción que lo estaba desgarrando.

Finalmente giró sobre sus talones y caminó hasta la puerta, no podía seguir mirándola, no soportaba su mirada vacía.

-- Quédate aquí – le dijo, su voz salió tan fría, aunque su mirada parecía estar ardiendo, desmintiéndolo por completo.  -- Esto apenas comienza, mi amor --

Salió y cerró la puerta de un portazo, dejándola sola, temblando entre las sábanas, con el cuerpo encendido por un deseo que no había pedido y con el alma aterrada por el abismo que se abría entre ambos.

Y Emiliano, al otro lado del pasillo, apoyado contra la pared, comprendió con brutal claridad la verdad que no quería aceptar: en su primer intento de venganza, había sido él quien terminó atrapado por el peso del deseo.

Mariana comprendió entonces que la venganza de Emiliano estaba destinada a volverse en su contra. Porque en esa noche no fue solo ella la que quedó atrapada… sino él también, atrapado por un deseo que no puede controlar.

Y esa sería su arma más peligrosa.

Al día siguiente

El amanecer se coló por las cortinas pesadas de la mansión Del Valle, que todavía estaba sumida en un silencio tenso, el tipo de silencio que presagia una tormenta. Una mucho más grande que la vivida la noche anterior.

La lluvia había cesado solo un par de horas atrás y la luz dorada apenas rozaba los fríos mármoles del suelo, pero en los pasillos el ambiente seguía cargado de lo ocurrido la noche anterior y un olor a tierra húmeda llenaba el ambiente.

Mariana abrió los ojos lentamente, todavía podía recordar la presión invisible en la mirada que Emiliano mostró la noche anterior, en las caricias sobre su piel y en esos labios que recorrieron parte de ella.

 Se había marchado antes de romper por completo el límite, antes de reclamarla como suya, algo que parecía ansiar y la había dejado confundida, temblando, y con un nudo en estomago que no sabía si era de miedo o deseo.

Se incorporó despacio en la cama, consciente de la venda en su rostro, su piel sensible se resentía bajo la presión constante de aquella tela. Esa tela áspera que le recordaba, a cada roce, que su mentira estaba viva. Que nadie podía sospechar y que nadie debía notar que bajo la identidad de Emilia Cortés se escondía ella, Mariana Soberón.

Un golpe seco en la puerta interrumpió sus pensamientos,

-- Despierta -- la voz de Emiliano sonó firme, áspera, cargada de una autoridad que parecía más un castigo que un cuidado.   -- El médico vendrá en la tarde a revisar tu herida. Hasta entonces, no puedes mojar la venda – le dijo mientras ingresaba en la habitación.

Ella trago saliva, Emiliano se veía tan varonil, tan bien formado que no supo a que parte de su cuerpo mirar.

-- Lo sé – le respondió, modulando la voz para sonar frágil, como una mujer que aún lucha por recuperar su memoria, una mujer que es consciente que la noche anterior pudo haberse entregado a un desconocido.

-- ¿Ya terminaste? – le preguntó Emiliano al ver como ella no dejaba de recorrer su cuerpo con la mirada. Mariana levantó los ojos y se avergonzó por sentirse descubierta.

-- Yo... yo lo siento, no quería – dijo de pronto, pero él con su acostumbrada elegancia de siempre, solo asintió. Estaba acostumbrado a que las mujeres lo vean asi, incluso bajo la mirada al recordar como Emilia se ponía celosa cada vez que alguna chica lo veía así, como lo estaba mirando ella, la culpable de la muerte de su amada.

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