Nuevas amistades

Adeline llegó a su casa y metió el auto en el garaje, antes de salir se limpió la cara con un pañuelo y trató de que sus ojos no mostrarán la evidencia de su llanto. ¿Pero a quién engañaba? Era imposible que no se viese la rojez que empeñaba su mirada, aun así, dibujó una sonrisa en su rostro para disimular su tristeza y que sus hijos no se dieran cuenta de nada. Después de todo, ellos eran los únicos que importaban.

—He vuelto, niños —anunció animadamente, entrando a la sala.

Sus tres varones corrieron a abrazarla y ella se sintió desfallecer en ese momento. Deseaba tanto cerrar sus ojos y llorar por horas, sintiendo esos bracitos rodeándola. Pero no, sus hijos no se merecían esa versión deplorable de su madre. Ellos merecían a una Adeline fuerte.

—¿Está todo listo para nuestra noche de películas?—les sonrió.

Los niños asintieron y tomaron asiento en las butacas predispuestas para ver la función. En ese momento, Carol se acercó a ella para despedirse, pero antes de irse murmuró:
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