155. Ese fuego maldito
Estamos frente a la puerta de mi apartamento. No hay nadie más. Solo Giovanni y yo. Él insistió en acompañarme hasta aquí, para asegurarse de que llegue bien, dice. Como si el trayecto desde los estacionamientos del edificio hasta mi puerta no fuese perfectamente seguro. Como si no supiera que lo que él realmente quiere es otra cosa. Lo leo en sus ojos. En cómo me mira. En la forma en que se detiene un segundo más de lo necesario en mis labios.
Busca una señal. Una grieta. Una rendija por donde colarse.
Y yo… Yo estoy ardiendo.
Llevo meses sin que un hombre me toque íntimamente. Gabriel solo me ha dado besos robados y caricias torpes que terminan dejándome en ascuas. Siempre al borde. Siempre prendida. Nunca satisfecha.
Y justo ahora, ese fuego me quema por dentro. Me duele la piel de tanto desear que alguien la recorra. Me pican las ganas. Me piden gritos. Me exigen piel.
Giovanni, incómodo, finge que no siente nada. Que no nota cómo me muerdo el labio. Que no escucha la forma i