La voz de Sergio era profunda y severa.
Mi actitud juguetona se desvaneció al instante al ver su rostro más delgado, pensando en lo cansado que debía estar cuidando a su hermana recién operada y además teniendo que consolarme.
No quise seguir molestándolo, así que lo jalé con dulzura y expliqué con docilidad: —Miguel y yo solo somos amigos, por eso hablo de él libremente contigo, porque no tengo nada que ocultar.
Al decirlo noté que sonaba algo extraño, pero no lo corregí.
No mencionar a alguien no significa tener algo que ocultar.
Significa que ya no importa.
—Lo sé, pero igual eso me molesta —Sergio fue muy honesto.
Pensándolo bien, si él elogiara a otra persona frente a mí, también me molestaría demasiado. Tal vez hasta lo echaría del coche.
—Lo siento mucho, me equivoqué —me disculpé con dulzura.
Sergio se suavizó un poco. —Conmigo no basta con disculparse de palabra.
Capté de inmediato su insinuación y me acerqué más. —Te lo compensaré con acciones cuando lleguemos a la habitació