50. La oscuridad
Minutos antes de la cena navideña.
Algo no anda bien conmigo. Todos los sonidos a mi alrededor parecen haberse amplificado de golpe: el estruendo que hace la chef al acomodar las cacerolas, el ritmo monótono de Jennifer cortando zanahorias, el crujido insistente de Marisol masticando snacks. Incluso puedo escuchar y sentir cada latido de mi corazón como si resonara en mi cabeza. Mi mente está inquieta, atrapada en un torbellino de sensaciones extrañas. No me estoy sintiendo bien.
—Jen, voy a salir a tomar un poco de aire —digo, tratando de mantener la calma—. Creo que el calor de la cocina me está afectando.
—¿Quieres que te acompañe al jardín? —pregunta Jennifer con preocupación evidente.
—No, no… Yo puedo ir sola.
—Ok, cualquier cosa me avisas.
Asiento y, sin perder tiempo, salgo de la cocina. Pero conforme avanzo, la sensación empeora. Me estoy asustando. Esto no es normal. Nunca me había sentido así antes.
Es como si la oscuridad se cerrara sobre mí, cargada con un peso invisible q