El silencio dentro del auto podía cortarse con un cuchillo. Marcos tenía la vista al frente y sus nudillos estaban blancos de la fuerza con la que estaba apretando el timón. Sam miraba a cualquier parte menos a él e iba tan tensa como la cuerda de un violín. Nana había cogido un taxi y llevaba todas las maletas. En el interior del coche solo se sentían los pequeños gorgojeos de Paula que miraba sus manitas como si le fuera la vida en ello.
La furia caliente que a Marcos lo recorría como lava de un volcán se debía en gran parte a que cuando había intentado que su hija fuera a sus brazos, está había pegado un alarido que se había escuchado en todo el barrio. La respuesta de Sam había sido lógica pero eso no significaba que le gustara
A la pequeña no le gustaban los extraños y su propio padre era un completo extraño para ella. Pero la culpa de eso era de Samantha. Que se hubiera perdido de unas cuantas primeras veces, incluso que se había perdido todo el embarazo. Pero la niña aún era p