Al marcharse, sus pasos dejaron huellas profundas en la tierra blanda como una metáfora demasiado clara del peso que cargaba. Seth observó cómo Deimos se llevaba instintivamente una mano al antebrazo justo donde llevaba una cicatriz que Seth no supo cómo la había sanado bien por su apariencia tan profunda. Una herida que Mia había sanado en otro tiempo, en otra vida. El silencio que quedó en el lugar no era de tregua, sino de algo más complejo, el reconocimiento mutuo de que, en esta guerra, quizás ellos ya habían perdido algo más importante que una pelea.
Seth, no estando dispuesto a rendirse, corrió detrás de Mia y cuando la alcanzó antes de que entrara al castillo, sujetó su brazo e intentó besarla, pero entonces, el aire se cortó con un chasquido seco cuando la palma de Mia impactó contra la mejilla de Seth. No fue un golpe dado con furia ciega, sino con la precisión calculada de quien ya no tiene palabras que ofrecer. Seth no retrocedió, su cuerpo de alfa apenas se movió, pero al