Bajo la luz tenue de las antorchas, los prisioneros fueron escoltados a las mazmorras del castillo, donde Amelia ya esperaba. Su figura destacaba entre las sombras, envuelta en su capa negra que ondeaba ligeramente con el viento nocturno que se colaba entre los barrotes de las ventanas pequeñas. La mirada impasible de Amelia recorría a los cautivos, analizando sus rasgos y expresiones. Sin embargo, al verlos de cerca, sus ojos se endurecieron con un destello de reconocimiento, eran soldados de Seth. Los prisioneros también la reconocieron. Hubo un momento de tensión palpable en el aire, una pausa que parecía durar una eternidad. Entonces, uno de los hombres, con una sonrisa torcida, dio un paso al frente a pesar de las cadenas que sujetaban sus muñecas.
—Miren quién está aquí —Declaró con burla, su voz estaba goteando veneno. —Amelia, la huerfanita. Pensé que nunca más te volvería a ver, y mucho menos en un lugar como este. ¿Quién es tu nuevo protector? —Añadió, soltando una carcajada