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El aire en los jardines se volvió sofocante, cargado de una energía que no pertenecía del todo al mundo físico. Mia retrocedió dos pasos más, su respiración era errática y su piel estaba ardiendo con el poder que pulsaba dentro de ella como un fuego imposible de extinguir. Deimos la observó con un gesto tenso manteniendo sus manos aún semilevantadas, como si su instinto le gritara que debía sujetarla de nuevo, impedir que cayera aún más en el abismo al que se estaba entregando. Pero sabía que no podía hacerlo, Mía ya no estaba completamente allí.
El poder de su transformación máxima la envolvía como una droga peligrosa, una energía ancestral que la desconectaba de su propia humanidad, reemplazando sus pensamientos racionales con algo más primitivo, más incontrolable.
—Mia. —Deimos intentó acercarse nuevamente, con su voz más baja esta vez.
Ella cerró los ojos con fuerza y tenía sus labios entreabiertos con una respiración irregular. Su lobo dentro de ella rugía con un frenesí que nun