El antro apesta a cigarro, a sudor y a malas decisiones.
El bajo retumba en mis costillas mientras empujo a la gente para avanzar. A cada paso, el aire se vuelve más pesado, cargado de alcohol barato y cuerpos demasiado juntos. Vanessa va a mi lado, tan fuera de lugar como yo, pero con esa mirada de asco que siempre tiene cuando la meto en este tipo de cosas.
—Dime otra vez por qué vine contigo —gruñe, apartando a un tipo que intentó rozarla de más.
—Porque tienes auto y te encanta el drama —respondo sin mirarla, enfocada en atravesar el lugar.
Vanessa chasquea la lengua, pero no lo niega. Lo que es peor: ambas sabemos que es verdad.
Mis piernas se sienten tensas, listas para correr, aunque no sé si es por la adrenalina o el puro coraje que me está carcomiendo desde hace días. Desde aquella noche en que Santiago desapareció sin decir nada.
He intentado no pensarlo. De verdad.
No pensar en su mirada, en su respiración entrecortada cuando presionó su frente contra la mí