Muerte y Vida
Ana todavía tenía las manos temblorosas cuando intentó ponerse de pie, pero sus piernas no le respondieron. La nieve bajo ella parecía más blanda que antes, casi líquida, como si su propio cuerpo la estuviera derritiendo.
Sus ojos seguían clavados en el lobo. O lo que quedaba de él.
El cadáver era una sombra de sí mismo. Piel hundida, pelaje reseco, mandíbula abierta en un gesto que no llegó a ser un último gruñido. Vacío. Desprovisto de todo y ella lo había hecho.
-Yo lo toqué… -Murmuró con un hilo de voz. -Yo… sólo lo toqué…
La sangre caliente que manchaba su mano derecha le bajó por la muñeca, espesa, pegajosa, mezclándose con el dorado que se apagaba. Ana retrocedió un poco al verla, respirando entrecortado, mareada.
-Tengo sangre… -Susurró con horror. -Yo… me sujeté… yo…
Ashven dio un paso hacia ella. Lento. No el paso cauteloso del guerrero, sino el del hombre que está intentando no quebrar o alterar más algo roto.
-Ana -Dijo con un tono extraño en él. -Está bien