Tensión
El camino hacia el norte se volvió más un desafío que un simple traslado. Ana lo notó enseguida: el terreno parecía cambiar cada pocos metros. Rocas escarpadas, raíces gruesas que sobresalían del suelo congelado, pequeñas depresiones cubiertas por una capa fina de nieve que engañaban al pie. El sendero serpenteaba entre montículos helados y tramos tan estrechos que obligaban a caminar de costado.
Pero también… era hermoso.
La luz del mediodía convertía cada superficie en un destello azulado. Los árboles parecían cristales negros cubiertos de escarcha. El aire era tan puro que dolía al inhalarlo y la nariz se había vuelto roja por el frío.
Horas después, cuando la línea del horizonte se abrió entre troncos, Ana lo vio, ah lo más bello de todo ese viaje… Un enorme lago congelado, tan inmenso que parecía no terminar nunca, o por lo menos no al alcance de su vista. Su superficie era un espejo blanco, casi lumínico, extendiéndose hacia todas direcciones.
Ana seguía con la boca ent